Miquel Villà (1901-1988)

01.02.2024 - 30.03.2024

«La fe y la pasión de Miquel Villà
arden como una antorcha»

Joan Merli, 1937

 

El Espacio 3 de la Sala Parés acoge una exposición monográfica de Miquel Villà (1901-1988), uno de los artistas más personales del siglo XX. La muestra está conformada por una veintena de cuadros de diferentes etapas de su trayectoria, que van de composiciones de finales de la década de los años veinte – cuando en París comenzó a configurar los rasgos diferenciales de su planteamiento pictórico – a obras de los períodos vividos en Latinoamérica como, por ejemplo, de Tucumán o Choroní. Igualmente, destacan lienzos realizados a inicios de los años treinta tanto en Barcelona como en El Masnou, pero también otros de sus estancias recurrentes en La Pobla de Segur o de los viajes a Ibiza y Altea. En definitiva, una selección de piezas que hace hincapié en la calidad pictórica de Miquel Villà, el tratamiento diferencial de la arquitectura, el paisaje, la figura y el bodegón, y la evolución de su obra hasta su traspaso, ya como artista consolidado.

Miquel Villà, sobre todo a partir de finales de la década de los años cuarenta, construyó la arquitectura de sus cuadros – tanto por lo que a la composición y las partes que la conforman se refiere, como a la representación de los elementos que se disponen – a partir de la utilización de la geometría pura. Todo parece quedar reducido a volúmenes regulares, una síntesis de la forma y los objetos a representar que deriva de la concepción pictórica de Paul Cézanne y otros autores como Maurice de Vlaminck, por mencionar tan solo dos de sus principales referentes. Así, las casas, las calles, los rincones, las sombras e incluso el celaje o el mar, son generados a partir de líneas rectas que crean superficies planas sobre las que el pintor juega con la materia y los colores, éstos combinados para lograr un ritmo visual armónico. La composición es concebida, pues, como una arquitectura rectilínea y ordenada, insistiendo en el concepto que Rafael Santos Torroella asociaba a Villà: “ningún pintor tan arquitecto como él”. Pintor ‘arquitecto’ y de arquitecturas, utilizando un lenguaje basado en la síntesis formal y la regularidad fruto de la combinación y ordenación de los volúmenes.

La producción de Villà es una reflexión sobre cómo trascender la representación pictórica tradicional. Con su técnica personal basada en el tratamiento de la pasta de manera profusa y con grandes densidades, Villà fue capaz de jugar con las dimensiones, los espacios y la volumetría, apostando por un planteamiento físico y textural de la pintura. La composición rectilínea es la base donde disponer capas dinámicas de pasta que expresan y parecen estar dotadas de vida y de un movimiento autónomo y libre, generando así ritmos visuales que emocionan y resultan de un trabajo de la materia casi escultórico. Cada objeto y elemento es concebido prácticamente como un organismo vivo. Sobre esta capacidad de emocionar haciendo uso de la materia, Sebastià Gasch afirmaba que Villà logró un tipo de pintura que el crítico definió como ‘expresionismo anímico’. Igualmente, en este sentido, recuperamos el acertado comentario que escribe Joan Merli en 33 pintors catalans (1937), donde remarca que el artista consiguió «trasladar a la tela las cualidades de las materias y de sus superficies, la piel granulada de la naranja, la corteza del pino, el yeso y la cal de las fachadas y sus grietas, la costra dorada de un pan de payés tostado, la densidad azul del mar y la espuma del mar embravecido […] todo esto empastado con emoción, con una fuerza auténtica que no confía en el azar ni adultera la brutalidad del realismo».

El vínculo de Miquel Villà con Sala Parés fue constante y regular, especialmente a partir de 1963, año en que el pintor pasó a formar parte del grupo de pintores habituales de la galería, exponiendo de manera recurrente su producción. No obstante, la primera exposición de Villà en Sala Parés se celebró el mes de enero de 1929, cuando todavía vivía en París – lo hizo de 1922 a 1930 -, y dos años después de la individual en las Galeries Dalmau (1927). En la muestra de la galería de Petritxol, presentó una veintena de obras, sobre todo paisajes parisinos y algunos de El Masnou, además de cuatro figuras. Pese a la buena aceptación por parte de la crítica barcelonesa, comercialmente la exposición fue un fracaso absoluto. No obstante, fue clave para que el marchante Joan Merli lo incorporase como uno de sus representados, junto a nombres como Emili Bosch-Roger, Carme Cortés o Emili Grau Sala, entre otros. A partir de este momento, el artista se estabilizó económicamente y pudo vivir de su obra, realizando exposiciones en salas como las Galeries Laietanes (1930) y regularmente en las Galeries Syra entre 1935 y 1962. Igualmente, tanto a través de las muestras de la Galería Estilo (1943 y 1945) y, sobre todo, de las diferentes colectivas de la Academia Breve de Crítica de Arte y el Salón de los Once en la década de los cuarenta y cincuenta, Villà fue expositor constante en Madrid con buena acogida y cierto éxito comercial. Durante este período, Villà se consolidó también en el mercado internacional, participando en las exposiciones del Carnegie Institute (de 1935 a 1938 y de 1950 a 1951), en las Bienales Hispanoamericanas (Madrid, 1951; La Habana, 1954; Barcelona, 1955) y en las Bienales de Venecia (1950, 1952 y 1956).

La presente exposición es un paso más en favor de la recuperación de la figura de Miquel Villà – redescubierto por unos, desconocido por otros – , cuya obra, a excepción de algunos museos y proyectos expositivos recientes, no ha sido entendida y exhibida con regularidad. Su estilo único e inconfundible, puro y repleto de magia, sorprende y emociona por cómo el artista utilizó los colores, jugó con la geometría para definir las formas de la naturaleza y la arquitectura y, sobre todo, manipuló la materia para hacernos vibrar, regalándonos una pintura en movimiento y siempre rebosante de vida.

 

Sergio Fuentes Milà

 

 

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