EL JARDÍN DE OFELIA

Gloria Muñoz

17.01.2019 - 05.03.2019

Mantengo siempre en la memoria tres jardines cuyo recuerdo, me acompañan a lo largo de mi vida pictórica.

El jardín de la villa de Livia,   de la antigua villa romana de Livia Drusila, esposa del emperador Augusto.  Podría ser la primera representación de un jardín romano de hace más de dos mil años y que aún mantiene un colorido precioso, con la disposición de los árboles frutales y plantas llenos de símbolos y de poesía.

El jardín de Giberny, diseñado por Claude Monet al que no le gustaban los jardines organizados o encorsetados  y en el que ordena las flores en función del color, como si se tratara de pinceladas y los deja crecer a sus anchas. Este jardín, fue el que ofreció a Monet, el gran tema de su pintura, los nenúfares. Con esas visiones fantásticas, crean un antes y un después en la historia de la pintura. Curiosamente nunca he sentido la necesidad de visitarlo. Creo que los cuadros de Monet, ya me han trasmitido con creces toda su esencia.

El tercer espacio mítico, para mí, la villa Adriana, en Tívoli, cerca de Roma, construido por el emperador Adriano en el siglo II. Lo realizó para disfrutar de su retiro  y  rememorar sus experiencias vividas. El emperador, gran viajero, reunió distintos órdenes arquitectónicos   que representan diferentes lugares y monumentos del mundo romano, en su mayor parte griegos y egipcios. Su contemplación nos traslada a otros tiempos y nos transporta a través de los países que visitó. El libro de Marguerite Yourcenar, “Memorias de Adriano” fue uno de mis favoritos.

En estas pinturas del jardín de mi madre, “el jardín de Ofelia”, me ha sucedido lo mismo que cuando me enfrento a otros temas de mi pintura. A medida que pintaba los cuadros, se me iban revelando infinidad de significados y recuerdos, un espacio donde inconscientemente era testigo y partícipe de un microcosmos. Cotidianamente constataba la idea del cambio permanente. Las diferentes estaciones que se sucedían, transformando constantemente los colores y las formas. Acudían a mi mente pasajes de mi infancia, acompañados de momentos de abstracción total, propiciados por el ruido de la fuente y los reflejos cambiantes en el agua del estanque… probar la fruta verde  por la impaciencia de esperar a que madurase o llegar tarde para coger las cerezas más bonitas ya picadas por los pájaros. Lagartijas, lombrices, mariposas… las sombras, el día, la noche…en definitiva, la vida y la muerte.

Unos instantes suspendidos, detenidos que van dirigidos a la desaparición sin posibilidad de repetirse, como cuando Cézanne quería retener “la petite Sensation” antes de que se desvaneciera.

Intentar apresar en un cuadro lo efímero de esos instantes y que seguramente, ahí está, el germen de mi pintura, la contemplación.     Pasar de mirar a ver, desvelando el alma de las cosas; puesta toda la memoria en cada hoja y en cada piedra del jardín.

Gloria Muñoz

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