
Niños retratados: Mª Teresa Baladia
RAMON CASAS

La amistad de Ramon Casas con los Baladia es esencial para comprender esta obra de 1906. El artista fue llamado, en varias ocasiones, por Jaume Baladia y su tía Ramona Soler, para realizar retratos de los miembros de la familia, principalmente de los hijos del matrimonio entre Jaume Baladia i Soler (1868-1954) y Teresa Mestre i Climent (1869-1949), quien, años más tarde, sería la inspiración para la figura de «La Ben Plantada» de Eugeni d’Ors. Así, Casas captó primero la timidez e inocencia de Jaume Baladia i Mestre en un lienzo en 1902, y más adelante, en 1906, haría lo mismo con la hermana de éste: Maria Teresa Baladia i Mestre. Este segundo retrato es el que centra la presente reseña y ha sido presentado, de nuevo, en Sala Parés.
Además, la «tía Ramona» fue la protagonista de una tela de casi dos metros pintada en 1907. Ese mismo año, se dice que en secreto, el pintor retrató a Teresa Mestre, obra conservada en el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Meses después, el artista acabó otro óleo con la misma modelo que sería expuesta en la Exposition Universelle de Bruxelles de 1910. También se han conservado varios retratos al carbón con Teresa de Baladia como protagonista, además de otros que son el resultado de los bocetos previos a algunas de las obras referenciadas. Con el episodio en cuestión y este tipo de retratos, se demuestra como, todavía en esa época, Casas continuaba siendo el principal retratista de moda para la burguesía catalana.
En la obra en la que se representa a la tía y matriarca de la familia Baladia, Ramona Soler d’Ausió [1907. Óleo sobre lienzo, 195 x 110 cm. Colección privada], el artista muestra un importante ejercicio de idealización respecto a la modelo. En este lienzo, Ramona trasmite un gesto amable, además de presentarse más bella que en la realidad. Sin duda, Casas sabía contentar a su clientela. El pintor utiliza la fórmula de retrato de cuerpo entero cuya silueta se recorta sobre un fondo informe y cromático cuyas pinceladas sueltas y poco homogéneas hacen que se divida en dos zonas. En la más oscura se recorta el rostro de la retratada, direccionando así la mirada del espectador a este foco de atención de la composición. La fórmula sigue composiciones velazqueñas, en las que la figura está captada desde un punto de vista bajo.[1]
Tanto esta obra como el Retrato de Maria Teresa Baladia i Mestre son dos ejemplos de la destreza de Casas, quien siempre logró captar la calidez en los retratos de niños. Son obras que nos indican cómo el pintor catalán consiguió estandarizar esta tipología de retratos, con soluciones que reciclaría independientemente del modelo a representar. En todos los casos, el fondo siempre es utilizado por el artista como un espacio que sirve para poner en valor y resaltar las cualidades de la figura y la vestimenta. En obras anteriores como Magdalena García Carbó (c.1890), la Nena Sardá (c.1893) o Eliseta (c.1894-1895), comenzó a experimentar con estas soluciones de fondos indeterminados y cromáticos, que tan solo sugieren elementos figurativos como pueden ser cortinajes, pasillos y/o mobiliario simplificado que es devorado por las masas cromáticas.

La tipología de los retratos infantiles en el corpus productivo de Ramon Casas es, sin duda, relevante. La facilidad por conseguir captar la inocencia y el tono amable de la infancia a través de niños concretos atrajo a gran parte de la burguesía catalana, miembros de la cual encargaron retratos de hijos y otros familiares al pintor. Así lo indica Isabel Coll, experta en la obra de Casas, quien además añade que «Casas – como también les pasó a Goya, Manet o Renoir – se sintió atraído por los retratos infantiles, sabiendo extraer de los modelos la dulzura de su inocencia».[2]
En la obra de 1906, la figura de Maria Teresa centra la composición con una posición poco espontánea. El rostro de tres cuartos, inclinado y amable, muestra una actitud de timidez e, incluso, incomodidad en la niña. A diferencia del retrato de Jaume Baladia, en éste la modelo conecta con una serie de complementes accesorios que generan profundidad en el conjunto. El mueble con el ramo de flores con el que juega la niña es absorbido por el fondo indeterminado del lienzo, creando así una diagonal en perspectiva hacia el tramo superior diestro de la obra que concluye con un fuerte toque de luz como si se tratara de un pasillo. Es un ejemplo del dominio pictórico de Casas, quien, con pocos elementos y pinceladas estratégicamente dispuestas, logra efectos visuales, profundidad y planos que aportan más riqueza a un lienzo de encargo y compromiso, de entrada aburrida y poco abierta a la creatividad.
Uno de los atractivos de la obra es la manera en la que Ramon Casas insiste en los efectos lumínicos que se concentran sobre el vestido blanco de la joven Baladia. Pese a esta solución plástica, no muestra una gran diversidad de matices a diferencia de otras pinturas. Sí trabaja más la textura en la parte superior del vestido: los hombros y los pliegues del cuello, captados por el pintor con una pincelada suelta que alterna el blanco puro, con grises para el sombreado y blancos matizados con toques de amarillo para insistir en esta incidencia de la luz sobre el ropaje.
También destaca la simplificación de los complementos para focalizar la atención del espectador en el rostro. Las margaritas que lleva la niña son un detalle delicioso que se recorta sobre la cabellera de toques casi dorados. Este accesorio dialoga con el ramo de rosas de la mesita y sirve para insistir en la delicadeza e ingenuidad infantil de la modelo. El interés de conseguir una actitud amable, relajada e infantil junto a la intención de lograr la máxima fidelidad física de Maria Teresa, son dos rasgos apreciables en esta obra de Casas en la que el artista se luce como retratista de niños.
Sergio Fuentes Milà
Dr. en Historia del Arte
[1] COLL MIRABENT, I., Ramon Casas. Una vida dedicada al arte. Catálogo razonado de la obra pictórica. Murcia: De la Cierva Editores, 2002, p.367.
[2] Ibídem, p.254.